martes, 14 de junio de 2022

A MÁS DE DIEZ MIL METROS.

 


Tras cristales limpios, transparentes y quizás a prueba de balas, la panorámica que se abría ante mis ojos, hacía intuir que el runrún de un enjambre incalculable de almas ansiosas de vida, porque la música es vida, era el preludio de que todos los presentes se encontraban a un tris de vivir un antes y un después en sus vidas. Almas ávidas de vida, de cantar, de oír, de hacer correr la adrenalina libremente por cada milímetro de su cuerpo. Eso era lo que se olía desde mi atalaya, desde el zenit del cubil ovalado en el que me encontraba.

Vista de halcón y oído de búho. Y sí, también excelso olfato como si de elefante se tratara. Porque sin oler, por el aislante del grueso vidrio, sentía que aquel ambiente que me permitía mi halcónica  posición, olía a desquite; a un largo y esperado desquite por el obligado parón que nos impuso la maldita pandemia. Sí, era lo que se olía sin tener porqué oler nada. Y toda esa potenciación de mis sentidos, debido a mi prominente y privilegiada situación.



Y de pronto, todo se oscureció. Haciendo valer mis dotes, no ya de halcón, sino de búho, por aquello de la oscuridad, e intuyendo al mismo tiempo que muy pronto se daría una explosión de sonido, un trueno de armonía, un … … … … … .., sucedió lo que todos los allí presentes venían buscando-. Luz, sonido y olor. Vida. Pura vida. De vuelta a la vida. Y todo el óvalo se embarazó de ilusión, una ilusión que sirvió de tapadera para soldar la abertura cenital que, también de forma ovalada, impedía que ningún sentimiento de corte positivo pudiera escapar del recinto. Ni siquiera la dichosa lluvia que hizo su aparición en los primeros trances del evento pudo arruinar el mágico momento; otra vez más el malo perdió la partida, teniendo que abandonar nuestro elíptico cubil con las orejas gachas, y dejando a más de cuarenta y cinco mil almas gozar como hacía ya mucho tiempo no lo hacían. Más de cuarenta mil pares de manos aleteando al son de lo que ebullía de los casi treinta metros de frente de escenario.

Era increíble cómo un ser tan minúsculo podía producir tantas sensaciones placenteras. Un ser de tan minúscula apariencia pero con tanta enormidad de bondad y humildad. Cómo tanta sencillez podía irradiar ese torrente de sensaciones.

Siempre actuando con las mismas ganas y entrega, allá por donde actuara.

Pero hoy en su morada, en su casa, y en compañía de su banda, parecía que se multiplicaban las ganas de transmitir

¡Y vaya si lo consiguió! Una tras otra, acompañado por todos los habitantes de este histórico momento, hicieron que la noche se convirtiera en mágica, en pura vida.

Bilbao se lo merecía; y ¡qué coño!, Fito también; se merecía encontrar el tesoro que hasta hoy estuvo buscando.

Gracias por regalarnos esas casi tres horas de ilusión.