Buenas noches, amigues. Hoy ha sido un día muy movidito. Movidito pero con dos alegrías muy grandes que han provocado que todo mi cuerpo se llenará de satisfacción. Y os cuento.
El fin del itinerario del día estaba previsto que acabase en la torre Eiffel sobre las 7 dela tarde, con el fin de verla con la luz solar y, después de las fotos de rigor y la búsqueda de varias perspectivas, verla iluminada con las miles de bombillas que recorren todos sus nervios.
Pues bien, llegamos a las 7,30 y nos deleitamos con su majestuosidad. Montón de fotos (que al final no sirven para nada) y búsqueda , como estaba previsto de varias perspectivas. Todo muy bien. Y entonces a esperar que se oscureciese el día para que se iluminará. Pasaban los minutos y las luces no se encendían. La gente poniéndose nerviosa. Cada vez más nerviosa. Primeras voces. La gente muy molesta. El vocerío se fue extendiendo y las miles de personas alli reunidas comenzaban a enfadarse. Se oían voces en francés, en inglés, en alemán, en portugués, en italiano y en castellano; hasta en catalán se oían voces.
Tras media hora de espera, salió un señor muy trajeado, escoltado por cuatro gendarmes, y explicó el porqué no se iluminaba la torre. Dijo que las miles de bombillas estaban dispuestas en serie y que una de ellas, situada casi en el pináculo, se había fundido, provocando un corto circuito cada vez que se le daba al interruptor de encendido. Y lo que era más grave, que no había nadie capacitado que se atreviera a subir tan alto por una de las escaleras exteriores, ya que las interiores habían quedado bloqueadas por los ascensores, que también se habían quedado sin corriente. Los gritos fueron en aumento; la muchedumbre se quería comer al pobre señor trajeado. Los gendarmes no podían controlar a la muchedumbre, teniendo que pedir refuerzos. Dos furgonetas de gendarmes de las que salieron doce agentes de cada una de ellas rodearon al pobre señor, pero se veían desbordados por el empuje de los allí asistentes. La situación incontrolable. Podía pasar de todo; y nada bueno.
Ante la situación ya insostenible, y antes que sucediese lo peor, levante la mano y la voz y me dirigí diciendo lo siguiente “ yo me presto para cambiar la bombilla”, dirigiéndome a la base de la escalera. Ya era de noche, por lo que me alumbraron con un potente foco que fue siguiéndome en mi ascenso. Cuando llevaba unos 7 metros, y en coro, todo el público comenzó a gritar “que se ponga un arnés de seguridad ese hombre". Fue entonces cuando yo me volví, y casi deslumbrado por el foco de luz, grité: “no me hace falta; confiad en mí, pueblo “, siguiendo mi ascenso. Peldaño a peldaño, y sin mirar para abajo, llegué hasta la bombilla fundida, cambiándola y dando el aviso que presionaran el interruptor. Toda la torre se iluminó de golpe, y yo allí arriba oyendo los aplausos del gentío. Fue maravilloso. Y esa fue la primera de mis alegrías.
Bajé ya por el ascensor y cuando llegué abajo, todavía el gentío aplaudiéndome, me llevé la segunda de las alegrías. Entre la muchedumbre, oí como una persona dijo lo siguiente: “de Bornos tenía que ser”.
Y ahora acabo de llegar al hotel.