lunes, 11 de diciembre de 2023

CONCATEDRAL

 Todo ocurrió en cuestión de minutos . Tras tomar asiento en el banco número once de la fila de la izquierda, contado desde el altar, Claudia, mi mujer, me dijo que no le importaría confesarse -la verdad fue que dijo que necesitaba hacerlo-. No sabíamos dónde se encontraba el confesionario, por lo que decidí ir a preguntárselo al sacristán, que no paraba de dar vueltas por todo el perímetro interior de la concatedral de Santa Maria, encendiendo velas.  


El aspecto del sacristán era de total semejanza al personaje interpretado por Claude Frollo en “el jorobado de Notredâme”: su joroba, su cojera y su aspecto siniestro revelaban que los dos habían usado el mismo molde para existir. Pero tengo que admitir que, en este sacristán del templo cacereño, todo lo que tenía de apariencia macabra, lo tenía de una forma rebosante en su trato, de amabilidad.

- Sígame y le acompaño hasta donde se encuentra el páter.

- No soy yo -le respondí -, es mi señora la que desea confesarse.

- Bien, que me acompañe ella.

Claudia acompañó al sacristán por un pasillo medio a iluminar con tenues luces hasta llegar a un minúsculo cuarto con dos puertas, una la de entrada y otra segunda junto al confesionario, donde ya se encontraba el párroco confesor aún sin haber cerrado la celosía. En apenas cinco minutos ya se encontraba Claudia sentada  a mi lado en el banco número once. Un par de minutos después, cuando ella acababa de finalizar la penitencia mandada por el confesor, se nos acercó un señor de unos treinta años de edad, acompañado de la que presentí que era su pareja, también sobre la misma edad, preguntándole a Claudia que dónde se encontraba el confesionario, indicándoselo ella, aunque le aconsejó también que se lo comunicase al sacristán para que los acompañará. Así lo hicieron, viendo yo como la joven pareja seguía los pasos del desacompasado bamboleo del ayudante parroquial. A los pocos minutos vi como tomaba asiento en el banco, el número diez de la fila de la derecha, el chaval, de barba pelirroja, intuyendo yo que su pareja estaría todavía en el confesionario. Los minutos iban pasando y la pareja del pelirrojo no regresaba a su lado, oyéndose entonces el tercer toque de campana, señalando que eran las en punto y que comenzaba la santa misa. Unos minutos después del tercer toque, y procedente del pasillo que traía del cuarto del confesionario, se acercaba por el ala derecha de la iglesia , y con destino al altar, el párroco que oficiaría la misa. Un gran murmullo se escuchó en toda la iglesia. No era el párroco que se encontraba en el confesionario, que era el que todos y todas allí presentes esperaban que fuese el que subiese al altar. No es él, me comentó Claudia. El primero que mostraba su extrañeza fue el sacristán, quién, recorriendo una y otra vez todo el largo de unas de las galerías, preocupado, daba la sensación que había perdido la joroba y hasta sus andares camballantes. 

La misa continuó, no sin que las parroquianas dejasen de murmurar, y justamente cuando los feligreses daban cuenta del rezo del credo, un hilo continuo de sangre comenzó a caer al pasillo de la nave central, y a la altura del séptimo banco, a través de la base de una de las dos grandes lámparas de agua que colgaban de la unión de los nervios de la gran bóveda. Las caras de los feligreses eran un poema; todos elevaron sus miradas, abandonando sus rezos y comprobando que la sangre, procedente del techo, se deslizaba cable abajo hasta llegar a la lámpara. Los murmullos se convirtieron en gritos, comenzando a salir todos los asistentes en tropel.

(Continuará)

La nave concatedralicia quedó desierta; sólo las luces tintineantes de las velas y el ir y venir del sacristán esperando la llegada de la policía rompían 

viernes, 22 de septiembre de 2023

LA TORRE EIFFEL

 Buenas noches, amigues. Hoy ha sido un día muy movidito. Movidito pero con dos alegrías muy grandes que han provocado que todo mi cuerpo se llenará de satisfacción. Y os cuento. 

El fin del itinerario del día estaba previsto que acabase en la torre Eiffel sobre las 7 dela tarde, con el fin de verla con la luz solar y, después de las fotos de rigor y la búsqueda de varias perspectivas, verla iluminada con las miles de bombillas que recorren todos sus nervios.

Pues bien, llegamos a las 7,30 y nos deleitamos con su majestuosidad. Montón de fotos (que al final no sirven para nada) y búsqueda , como estaba previsto de varias perspectivas. Todo muy bien. Y entonces a esperar que se oscureciese el día para que se iluminará. Pasaban los minutos y las luces no se encendían. La gente poniéndose nerviosa. Cada vez más nerviosa. Primeras voces. La gente muy molesta. El vocerío se fue extendiendo y las miles de personas alli reunidas comenzaban  a enfadarse. Se oían voces en francés, en inglés, en alemán, en portugués, en italiano y en castellano; hasta en catalán se oían voces. 

Tras media hora de espera, salió un señor muy trajeado, escoltado por cuatro gendarmes, y explicó el porqué no se iluminaba la torre. Dijo que las miles de bombillas estaban dispuestas en serie y que una de ellas, situada casi en el pináculo, se había fundido, provocando un corto circuito cada vez que se le daba al interruptor de encendido. Y lo que era más grave, que no había nadie capacitado que se atreviera a subir tan alto por una de las escaleras exteriores, ya que las interiores habían quedado bloqueadas por los ascensores, que también se habían quedado sin corriente. Los gritos fueron en aumento; la muchedumbre se quería comer al pobre señor trajeado. Los gendarmes no podían controlar a la muchedumbre, teniendo que pedir refuerzos. Dos furgonetas de gendarmes de las que salieron doce agentes de cada una de ellas rodearon al pobre señor, pero se veían desbordados por el empuje de los allí asistentes. La situación incontrolable. Podía pasar de todo; y nada bueno.

Ante la situación ya insostenible, y antes que sucediese lo peor, levante la mano y la voz y me dirigí diciendo lo siguiente  “ yo me presto para cambiar la bombilla”, dirigiéndome a la base de la escalera. Ya era de noche, por lo que me alumbraron con un potente foco que fue siguiéndome en mi ascenso. Cuando llevaba unos 7 metros, y en coro, todo el público comenzó a gritar “que se ponga un arnés de seguridad ese hombre". Fue entonces cuando yo me volví, y casi deslumbrado por el foco de luz, grité: “no me hace falta; confiad en mí, pueblo “, siguiendo mi ascenso. Peldaño a peldaño, y sin mirar para abajo, llegué hasta la bombilla fundida, cambiándola y dando el aviso que presionaran el interruptor. Toda la torre se iluminó de golpe, y yo allí arriba oyendo los aplausos del gentío. Fue maravilloso. Y esa fue la primera de mis alegrías.

Bajé ya por el ascensor y cuando llegué abajo, todavía el gentío aplaudiéndome, me llevé la segunda de las alegrías. Entre la muchedumbre, oí como una persona dijo lo siguiente: “de Bornos tenía que ser”.

Y ahora acabo de llegar al hotel.


domingo, 12 de marzo de 2023

TODOS PARA UNO Y .................



Una vez más tengo que hablar de la amistad, y una vez más me encuentro en la necesidad de plasmar con renglones que me salen de muy adentro esas sensaciones que tengo la gran suerte de experimentar, suerte que no es otra que la de pertenecer a un grupo de amigos que si hubiese que ponerle algún calificativo no cabría otro que el de superlativo o incomparable. 


El pasado viernes, con ocasión de la presentación del libro escrito por uno de los miembros del grupo, al que introdujeron otros dos miembros del mismo grupo con unas muy sentidas frases, y mientras me llenaba de gozo con cada una de las palabras de los tres actuantes, y sin perder ripio de todo lo que decían, se me vino a la mente una de las obras del gran Alejandro Dumas, el padre. “Los tres mosqueteros” era la obra, aunque en verdad, como sabéis, fueron cuatro. Aquella complicidad que se respiraba entre los cuatro protagonistas del libro de Dumas, el padre, era el mismo que se respira entre cada uno de los componentes del grupo. El famoso lema de los tres mosqueteros de “todos para uno y uno para todos” lo vi plasmado durante toda la duración de la presentación del libro. Y sí, así lo vi y lo viví. Porque en las tres actuaciones, la del autor y las de sus dos introductores que le precedieron, observé como cada uno de los restantes miembros del grupo allí asistentes, animaban con sus gestos, ademanes, muecas, incluso aspavientos, haciendo suyas cada una de las palabras que salían de sus bocas; incluso percibía que los dos miembros del grupo que no pudieron asistir al acto por tenerse que ajustar a la maldita distancia, se encontraban arropando a los actuantes.

Y es digno de estudiar la idiosincracia y personalidad de este grupo, porque al igual que ocurriera con los mosqueteros, en los que las personalidades de Athos, Portos, Aramís y 
D´Artagnan eran bien distintas, en este caso que nos ocupa, vemos que la de cada uno de los once miembros son bastante diferentes, pero que cuando llega el momento de acometer cualquier empresa o vivir un momento de cierta envergadura, hacen causa común.

Porque hay que ver lo distinto que eran Athos y Aramís. Mientras que el primero se caracterizaba por su personalidad reservada y modales refinados, aunque algo amante de los caldos “baconianos”, el bueno de Aramís, inflado de aparentes contradicciones y muy cercano, a veces, a la santa iglesia, destacaba por su elegancia y éxito con las mujeres. Y no hablemos ya de las diferencias entre Porthos y D´Artagnan. Mientras uno era parlanchín y algo ingenuo, aunque leal como el que más, el último en llegar al grupo, D´Artagnan, era …..............., el marido que toda madre quiere para su hija. Pues eso mismo pasa en mi grupo, todos tan diferentes, pero constituyendo un grupo casi perfecto en el que cada quien aporta su fuerza y talento especiales.

Nadie de los once es Athos, ni Portos, ni Aramis, ni D´Artagnan; y mucho menos el señor de Treville. Y sólo espero y deseo de seguir sin toparnos de cara con algún que otro cardenal Richelieu y mucho menos con una Milady de Winter.


En honor de Benito, Francisco Javier y Francisco José

miércoles, 17 de agosto de 2022

PROMETO

Nada ni nadie podía hacerme imaginar, ni en lo más recóndito y rebuscado de mis historias, que desde veinticuatro horas más tarde de haber asistido con mis amigos al concierto de Sting, en el para mí ya lejano cuatro de agosto, me encontrase todavía en esta habitación de hospital; y lo que es peor, sin saber hasta cuando se va a dilatar mi estancia. 

Pero es necesario decirlo todo; o casi todo. Así, si los principios fueron abisales, casi rayando con el no-ser, las rendijas de las persianas de la fe, comenzaron a dejar pasar algunos rayos de esperanzas, rayos que cada vez fueron más intensos y luminosos. Y fue el tiempo y el buen hacer de los profesionales (otra vez los profesionales sanitarios) los que provocaron que la primavera comenzase a pedirme que bailase con ella. Y nuevamente el tiempo. Ese tiempo que espero que me ayude convertir esa primavera en el más hermoso de los estíos donde el no-ser no aparezca ni en los sueños.
Y es curioso lo de la mente humana, extremadamente curiosa y caprichosa, aunque lo realmente caprichoso es el ser humano. Nunca pensamos en nuestra existencia; nunca valoramos lo que tenemos, cayendo en ello cuando danzamos por el filo de la navaja o en el borde del precipicio. Al igual que los versos de Serrat en "Lucía", "No hay nada más amado que lo que perdí", cuando vemos que el ser se nos escabulle de las manos, nos asimos a él como si fuera lo que siempre hemos anhelado, no cayendo que, sin darle nunca su valor, siempre fuimos su dueño.
Así que, viendo que la canícula está a punto de convertirse en un ovillo conmigo, prometo ante todos vosotros que danzaré con el ser como si no hubiera un mañana. Prometo.

martes, 14 de junio de 2022

A MÁS DE DIEZ MIL METROS.

 


Tras cristales limpios, transparentes y quizás a prueba de balas, la panorámica que se abría ante mis ojos, hacía intuir que el runrún de un enjambre incalculable de almas ansiosas de vida, porque la música es vida, era el preludio de que todos los presentes se encontraban a un tris de vivir un antes y un después en sus vidas. Almas ávidas de vida, de cantar, de oír, de hacer correr la adrenalina libremente por cada milímetro de su cuerpo. Eso era lo que se olía desde mi atalaya, desde el zenit del cubil ovalado en el que me encontraba.

Vista de halcón y oído de búho. Y sí, también excelso olfato como si de elefante se tratara. Porque sin oler, por el aislante del grueso vidrio, sentía que aquel ambiente que me permitía mi halcónica  posición, olía a desquite; a un largo y esperado desquite por el obligado parón que nos impuso la maldita pandemia. Sí, era lo que se olía sin tener porqué oler nada. Y toda esa potenciación de mis sentidos, debido a mi prominente y privilegiada situación.



Y de pronto, todo se oscureció. Haciendo valer mis dotes, no ya de halcón, sino de búho, por aquello de la oscuridad, e intuyendo al mismo tiempo que muy pronto se daría una explosión de sonido, un trueno de armonía, un … … … … … .., sucedió lo que todos los allí presentes venían buscando-. Luz, sonido y olor. Vida. Pura vida. De vuelta a la vida. Y todo el óvalo se embarazó de ilusión, una ilusión que sirvió de tapadera para soldar la abertura cenital que, también de forma ovalada, impedía que ningún sentimiento de corte positivo pudiera escapar del recinto. Ni siquiera la dichosa lluvia que hizo su aparición en los primeros trances del evento pudo arruinar el mágico momento; otra vez más el malo perdió la partida, teniendo que abandonar nuestro elíptico cubil con las orejas gachas, y dejando a más de cuarenta y cinco mil almas gozar como hacía ya mucho tiempo no lo hacían. Más de cuarenta mil pares de manos aleteando al son de lo que ebullía de los casi treinta metros de frente de escenario.

Era increíble cómo un ser tan minúsculo podía producir tantas sensaciones placenteras. Un ser de tan minúscula apariencia pero con tanta enormidad de bondad y humildad. Cómo tanta sencillez podía irradiar ese torrente de sensaciones.

Siempre actuando con las mismas ganas y entrega, allá por donde actuara.

Pero hoy en su morada, en su casa, y en compañía de su banda, parecía que se multiplicaban las ganas de transmitir

¡Y vaya si lo consiguió! Una tras otra, acompañado por todos los habitantes de este histórico momento, hicieron que la noche se convirtiera en mágica, en pura vida.

Bilbao se lo merecía; y ¡qué coño!, Fito también; se merecía encontrar el tesoro que hasta hoy estuvo buscando.

Gracias por regalarnos esas casi tres horas de ilusión.

viernes, 20 de mayo de 2022

UNDÉCIMA ETAPA CAMINO FRANCÉS: SAN JUAN DE ORTEGA - BURGOS.

 UNDÉCIMA ETAPA:  San Juan de Ortega - Burgos.

Viernes 20 de mayo de 2022


La tarde de ayer estuvo de sorpresas, ya que cuando Laura y yo regresamos del arroyo de San Juan, nos encontramos a Juan Primor y a las dos nórdicas en la puerta del albergue, sin poder pernoctar en él, 


    ya que cuando regresaron de Agés todas las camas se encontraban ocupadas. Lo que les ocurrió fue que cuando llegaron a su fin de etapa, se encontraron con que, por problemas personales de la posadera, el albergue de la localidad llevaba ya cerrado varios días, decidiendo deshacer el camino y volver hasta San Juan de Ortega, decisión, bajo mi modesto entender, totalmente errónea, ya que si hubieran seguido dos o tres kilómetros más se hubieran encontrado con el albergue de Atapuerca; pero allá ellos. Está claro que el camino nos los devolvió. Al final el alberguero nos solucionó el problema de alojamiento y los cinco nos apañamos con cuatro camas; ni que decir tiene que las dos personas que durmieron juntos fueron......., los que fueron.

La etapa de hoy, la que nos llevará hasta Burgos, tiene un recorrido de más de veintisiete kilómetros, y en reunión a última hora de ayer, decidimos de mandar nuestras mochilas en taxi con la intención de hacer el camino más liviano; así y todo acordamos salir a las cinco y media, por lo que a las cinco había que estar en planta. Así lo hicimos.
La oscuridad con la que avanzábamos en el camino, solo rota por las linternas de cabeza que llevábamos Annika y yo, pues la de Juan Primor se había quedado sin pilas nada más abandonar el complejo monástico de San Juan de Ortega, y que no nos permitía ver más allá de un par de metros, hizo que nos equivocáramos de camino, cogiendo uno que lo que hacía era alejarnos de Agés, que era a donde nos dirigíamos. Ya con las chavitas del día nos dimos cuenta de nuestra equivocación , intentando de enmendar nuestra metedura de pata acortando campo a través. ¡Para qué!. Maldita sea la hora que decidí, porque fui yo el que tomó esa decisión, de tomar ese atajo que pensé que nos trasladaría hasta el camino que nos llevara hasta Agés. 
Entre caminos de cabras casi cerrado por tojos que  nos sobrepasaban en altura, llegó un momento en el que quedamos atrapados, no pudiendo seguir hacia adelante. Y entonces, después de intentar abrir un nuevo sendero, sentí como el tobillo me crujía. No quiero entrar en detalles, pero mi pie quedó atrapado en un cepo.
Gracias a mi grupo de viaje, sobre todo a Juan Primor, por hacer las gestiones pertinentes para que en este momento me encuentre en el hospital Recoletas de Burgos, en planta, a la espera que mañana sábado me intervengan el tobillo.
No he podido hacer realidad al completo el sueño que tanto estuve esperando. Volveré a intentarlo.
Gracias por todo y perdonad por no haber logrado mi objetivo.

DEDICADO A MI AMIGO CAPI.
 

Y aquí termina esta pequeña serie en la que, desde el sillón de mi despacho, traté de seguir los pasos  que desde un día antes de que empezara, y me refiero a mi serie, comenzó un gran amigo mío desde San Juan de Pie De Puerto, en el Pirineos francés; un amigo que como diría otro, "todo lo hace bien el muy c.....". 

Espero que os haya entretenido; creo que sí. Y digo que creo que sí porque habéis sido muchos los que me habéis dado ánimo en mi empresa. Perdonad si os he confundido a veces sobre la veracidad de mis "vivencias compostelanas", queriendo remarcar que tan solo lo hice con el objetivo de entretener.

Algunos preguntaréis ahora que porqué concluyo esta serie y no prosigo tras la estela que va dejando el amigo del que os hablé, y que tiene la intención de llegar hasta Santiago. Pues simple y sencillamente no prosigo porque me han surgido una serie de cosas a las que tengo que atender y que me impiden entregarme a la escritura como ella se merece. Pero que sepáis que mi intención era que "el colombiano Aarán Cifuentes volviese a cometer un nuevo asesinato a la altura de la localidad de Sanabria, pero que fuese hecho preso en las calles de Santiago cuando se disponía a asestarle un golpe mortal al que escribe estas líneas. Que Juan Primor terminase el camino en compañía de Erika, consiguiendo su marca personal de hacer crujir los somieres en todos aquellos albergues en los que pernoctaron; que Annika, harta de no conseguir lo que buscaba decidiera quedarse en la ciudad de Burgos; y que Laura, aunque algunos lectores pensaran otra cosa, demostrara que siempre fue lo que fue, una gran señora, llegando a Santiago muy fortalecida mentalmente y habiendo recuperado la ilusión que tenía perdida cuando comenzó su camino en Somport. En cuanto a Aracelis, la dominicana, nunca más supe de ella, habiéndose esfumado como si no quisiera nunca más saber de mí, cuando en verdad puedo asegurar que no di motivo para su comportamiento."

Queridos lectores y lectoras, gracias por dedicarme unos minutos de vuestro tiempo en estos últimos días.

jueves, 19 de mayo de 2022

DÉCIMA ETAPA CAMINO FRANCÉS: BELORADO - AGÉS.

 DÉCIMA ETAPA:  Belorado - Agés.

Jueves 19 de mayo de 2022


El día comenzó para el grupo mucho antes que saliesen las chavitas del día, sin poder explicar ninguno el porqué todos, sin excepción,   

nos vimos en la cocina tomando el primer café del día sobre las cinco, sin haber despertado uno a otro y habiendo quedado la noche anterior en desayunar a las seis para estar ya en el camino antes que diesen las seis y media de la mañana, ya que no teníamos claro si la etapa de hoy la íbamos a terminar en San Juan de Ortega o en Agés, unos cuatro kilómetros más adelante; además nos habían comentado que la segunda parte de la etapa era algo más exigente. Fue como si una meiga de las que nos esperan por los montes gallegos se hubiera aburrido y se hubiese trasladado hasta el albergue castellano leonés para tirarnos del saco de dormir y despertarnos solo y en exclusiva a los cinco miembros del grupo. Pues sí, cosas de brujería.

A las cinco y media ya estábamos fuera del albergue; quizás unos minutos más, el tiempo que me costó de convencer a Laura para que dejase de echarle cuentas a los dardos venenosos que le lanzaba Annika y que desistiera de su idea de dejarnos de acompañar para hacer ella el camino una hora más tarde, sola o en compañía de cualquier otro peregrino. Solo conseguí convencerla después de pedírselo por favor que nos acompañara.

Ya los cinco en la senda, tras hora y media de camino y haber cruzado el pueblo de Tosantos, llegamos al de Villambistia, haciéndole caso a la leyenda que dice que todo peregrino que pase por la fuente que existe delante de la iglesia de San Esteban, deberá de remojarse la cabeza en las aguas que emanan de sus chorros, todo con el fin de recuperar la vitalidad perdida en el camino y hacer que desaparezca el cansancio acumulado.  

Abandonamos Villambistia entre árboles y nos encaminamos a llegar a la mitad de la etapa que era donde comenzaba a complicarse un poco tras pasar por  Espinosa del Camino y Villafranca. Y fue una vez pasado el pueblo de Villafranca Montes de Oca donde he vivido el momento más amargo en todo lo que llevo de viaje. 



¿Cómo el ser humano puede ser tan cruel y tan malvado? La violencia nunca se podrá justificar, y mucho menos si conlleva la muerte de inocentes. Náuseas me entraron cuando leí el cartel que nos encontrábamos junto a una fosa común del tiempo de la guerra civil. Ni me paré a leer quiénes habían sido los que apretaron el gatillo, ni me interesaré más por el tema, ni nada de nada que traiga a mi mente tan salvajes comportamientos. Solo vi un cartel en el que se anunciaba que quedaban nueve kilómetros para llegar a San Juan de Ortega, lo que me llevó a decidir que yo pernoctaría en San Juan, y que si algunos del grupo quisieran seguir hasta Agés, pues que lo hiciesen; conmigo que no cuenten.

Gran parte de los nueve kilómetros que me faltaban para llegar los hice con los ojos humedecidos, no echándole cuenta alguna a la pista de gravilla por la que pisaba, ni a los robles, ni a los enebros, ni a los brezos; a nada ni a nadie. Bueno, esto no es exactamente todo cierto. Mientras que Juan Primor y Erika iban a su bola, con comportamientos de quinceañeros con calcetines, y Annika en plan "no quiero saber nada de ti" desde que  le aconsejé que se controlase un poco y que dejase de atacar a la pintora, tengo que reconocer que fue Laura  la única componente del grupo que se preocupó de mi estado, llegando incluso, en el último descanso de la etapa, y sin mediar palabra alguna, a darme un masaje en la zona que va desde mis hombros a mi cuello; solo ella comprobó la tensión que llevaba encima.

Y por fin llegamos a San Juan de Ortega. "Yo me quedo aquí" -dije dirigiéndome a todos-. Caras de extrañeza en las suecas y en Juan Primor, contestándome él que "yo sigo hasta lo previsto, hasta Agés"; "nosotras también seguimos", contestó Annika; "¿y tú, pintora?" -se dirigió a continuación a Laura, en un tono de pocas amigas-, "yo me quedo aquí" -contestó ella sin pensarlo; "me lo imaginaba; mejor así", respondió en su línea Annika. "Bueno -intervine yo-, si el camino nos separa que sea el mismo camino el que nos vuelva a unir". Y los tres partieron para Agés, poco más de cuatro kilómetros.  


   Tras instalarnos en el albergue y ducharnos, salimos por el pueblo para almorzar. ¿Tienes mucha hambre? -me preguntó cuando pasamos por delante de la iglesia, en un tono como demandándome que contestase que "no"-. Capté lo que me pedía. "Creo que si nos sentamos aquí en la sombra, mientras nos tomamos una cerveza, tienes una vista perfecta para tu boceto. ¿Te parece bien?". Me contestó con un "gracias" y una sonrisa.

La estuve observando mientras deslizaba el lápiz por el papel inmaculado y su semblante me confirmó lo que ya había observado con anterioridad: la pintura le inflaba felicidad, llegándole incluso a cambiar por completo el rictus de su cara, un rictus del que se desprendía bondad, dulzura, generosidad, y sobre todo, mucha felicidad.

Y llegó la hora del almuerzo. ¡Cuánta hambre tenía!. Y como observé que la camarera del bar "Marcela" era muy agradable, le pedí un plato fuera de carta. "¿Sería usted capaz de hacernos un buen plato de patatas fritas  revueltas con huevos y adornándolas con dos o tres rodajitas de morcilla de Burgos encima y con una botella de vino tinto de la tierra?"  "En diez minutos tenéis delante de vosotros ese plato, pero mientras que no llega, para picotear os pondré una ensalada con lechuga, atún, espárragos, un poco de maiz y un tomate exquisito que viene expresamente de vuestra tierra, de Conil, ¿porque vosotros sois de Cádiz, no?" . "Acertó usted, de Cádiz" -le contesté-, "y lo de la ensalada me parece perfecto". 

El revuelto de patatas fritas con adornos de morcilla, exquisito, el vino exquisito, la tarta con almendras y chocolate blanco, espectacular, el chupito de hierbas impresionante, y el café....., ya no digo nada. "Ahora solo estoy para una siesta" -dijo Laura-, a lo que yo le contesté, "pues yo voy a buscar una buena sombra en el arroyo de San Juan, que está aquí detrás, y a ver si puedo echar la siesta con los pies metidos en el agua". Así lo hicimos. Y a la vuelta, después de dos horas, nos encontramos una sorpresa en la puerta del albergue, sorpresa que ya os contaré mañana.