jueves, 19 de mayo de 2022

DÉCIMA ETAPA CAMINO FRANCÉS: BELORADO - AGÉS.

 DÉCIMA ETAPA:  Belorado - Agés.

Jueves 19 de mayo de 2022


El día comenzó para el grupo mucho antes que saliesen las chavitas del día, sin poder explicar ninguno el porqué todos, sin excepción,   

nos vimos en la cocina tomando el primer café del día sobre las cinco, sin haber despertado uno a otro y habiendo quedado la noche anterior en desayunar a las seis para estar ya en el camino antes que diesen las seis y media de la mañana, ya que no teníamos claro si la etapa de hoy la íbamos a terminar en San Juan de Ortega o en Agés, unos cuatro kilómetros más adelante; además nos habían comentado que la segunda parte de la etapa era algo más exigente. Fue como si una meiga de las que nos esperan por los montes gallegos se hubiera aburrido y se hubiese trasladado hasta el albergue castellano leonés para tirarnos del saco de dormir y despertarnos solo y en exclusiva a los cinco miembros del grupo. Pues sí, cosas de brujería.

A las cinco y media ya estábamos fuera del albergue; quizás unos minutos más, el tiempo que me costó de convencer a Laura para que dejase de echarle cuentas a los dardos venenosos que le lanzaba Annika y que desistiera de su idea de dejarnos de acompañar para hacer ella el camino una hora más tarde, sola o en compañía de cualquier otro peregrino. Solo conseguí convencerla después de pedírselo por favor que nos acompañara.

Ya los cinco en la senda, tras hora y media de camino y haber cruzado el pueblo de Tosantos, llegamos al de Villambistia, haciéndole caso a la leyenda que dice que todo peregrino que pase por la fuente que existe delante de la iglesia de San Esteban, deberá de remojarse la cabeza en las aguas que emanan de sus chorros, todo con el fin de recuperar la vitalidad perdida en el camino y hacer que desaparezca el cansancio acumulado.  

Abandonamos Villambistia entre árboles y nos encaminamos a llegar a la mitad de la etapa que era donde comenzaba a complicarse un poco tras pasar por  Espinosa del Camino y Villafranca. Y fue una vez pasado el pueblo de Villafranca Montes de Oca donde he vivido el momento más amargo en todo lo que llevo de viaje. 



¿Cómo el ser humano puede ser tan cruel y tan malvado? La violencia nunca se podrá justificar, y mucho menos si conlleva la muerte de inocentes. Náuseas me entraron cuando leí el cartel que nos encontrábamos junto a una fosa común del tiempo de la guerra civil. Ni me paré a leer quiénes habían sido los que apretaron el gatillo, ni me interesaré más por el tema, ni nada de nada que traiga a mi mente tan salvajes comportamientos. Solo vi un cartel en el que se anunciaba que quedaban nueve kilómetros para llegar a San Juan de Ortega, lo que me llevó a decidir que yo pernoctaría en San Juan, y que si algunos del grupo quisieran seguir hasta Agés, pues que lo hiciesen; conmigo que no cuenten.

Gran parte de los nueve kilómetros que me faltaban para llegar los hice con los ojos humedecidos, no echándole cuenta alguna a la pista de gravilla por la que pisaba, ni a los robles, ni a los enebros, ni a los brezos; a nada ni a nadie. Bueno, esto no es exactamente todo cierto. Mientras que Juan Primor y Erika iban a su bola, con comportamientos de quinceañeros con calcetines, y Annika en plan "no quiero saber nada de ti" desde que  le aconsejé que se controlase un poco y que dejase de atacar a la pintora, tengo que reconocer que fue Laura  la única componente del grupo que se preocupó de mi estado, llegando incluso, en el último descanso de la etapa, y sin mediar palabra alguna, a darme un masaje en la zona que va desde mis hombros a mi cuello; solo ella comprobó la tensión que llevaba encima.

Y por fin llegamos a San Juan de Ortega. "Yo me quedo aquí" -dije dirigiéndome a todos-. Caras de extrañeza en las suecas y en Juan Primor, contestándome él que "yo sigo hasta lo previsto, hasta Agés"; "nosotras también seguimos", contestó Annika; "¿y tú, pintora?" -se dirigió a continuación a Laura, en un tono de pocas amigas-, "yo me quedo aquí" -contestó ella sin pensarlo; "me lo imaginaba; mejor así", respondió en su línea Annika. "Bueno -intervine yo-, si el camino nos separa que sea el mismo camino el que nos vuelva a unir". Y los tres partieron para Agés, poco más de cuatro kilómetros.  


   Tras instalarnos en el albergue y ducharnos, salimos por el pueblo para almorzar. ¿Tienes mucha hambre? -me preguntó cuando pasamos por delante de la iglesia, en un tono como demandándome que contestase que "no"-. Capté lo que me pedía. "Creo que si nos sentamos aquí en la sombra, mientras nos tomamos una cerveza, tienes una vista perfecta para tu boceto. ¿Te parece bien?". Me contestó con un "gracias" y una sonrisa.

La estuve observando mientras deslizaba el lápiz por el papel inmaculado y su semblante me confirmó lo que ya había observado con anterioridad: la pintura le inflaba felicidad, llegándole incluso a cambiar por completo el rictus de su cara, un rictus del que se desprendía bondad, dulzura, generosidad, y sobre todo, mucha felicidad.

Y llegó la hora del almuerzo. ¡Cuánta hambre tenía!. Y como observé que la camarera del bar "Marcela" era muy agradable, le pedí un plato fuera de carta. "¿Sería usted capaz de hacernos un buen plato de patatas fritas  revueltas con huevos y adornándolas con dos o tres rodajitas de morcilla de Burgos encima y con una botella de vino tinto de la tierra?"  "En diez minutos tenéis delante de vosotros ese plato, pero mientras que no llega, para picotear os pondré una ensalada con lechuga, atún, espárragos, un poco de maiz y un tomate exquisito que viene expresamente de vuestra tierra, de Conil, ¿porque vosotros sois de Cádiz, no?" . "Acertó usted, de Cádiz" -le contesté-, "y lo de la ensalada me parece perfecto". 

El revuelto de patatas fritas con adornos de morcilla, exquisito, el vino exquisito, la tarta con almendras y chocolate blanco, espectacular, el chupito de hierbas impresionante, y el café....., ya no digo nada. "Ahora solo estoy para una siesta" -dijo Laura-, a lo que yo le contesté, "pues yo voy a buscar una buena sombra en el arroyo de San Juan, que está aquí detrás, y a ver si puedo echar la siesta con los pies metidos en el agua". Así lo hicimos. Y a la vuelta, después de dos horas, nos encontramos una sorpresa en la puerta del albergue, sorpresa que ya os contaré mañana.





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