sábado, 14 de mayo de 2022

QUINTA ETAPA DEL CAMINO FRANCÉS (Cuarta para mí).

 QUINTA ETAPA : PAMPLONA- PUENTE DE LA REINA (y lo que mi cabeza me permita).

Sábado catorce de mayo

Ayer tarde, aunque llegué cansado, no tanto como esperaba, y tras una ducha en el albergue municipal, en el que por casualidad pude encontrar alojamiento al quedarse una litera vacía a última hora, me dirigí a conocer la ciudad. Gran ciudad.   



 Calles y avenidas anchas, amplias zonas verdes, casas solariegas y una amabilidad entre sus habitantes dignas de reseñar. Tras conocer la catedral, pensando lo mismo que Hemingway de su fachada, me quedé pasmado con su claustro. A continuación, y buscando una zona donde picotear algo y avituallarme para el día siguiente, hice el camino que hacen los corredores de los encierros. Por último, tras ver la ubicación exacta de la estatua de San Fermín, me dirigí al albergue para descansar.

Desperté con la sensación de haber descansado como hacía mucho tiempo no lo hacía, por lo que decidí de repetir lo del día anterior: dos etapas en una, plantándome en Estella tras mi  paso por Puente de la Reina; algo menos de cuarenta, aunque mis amiguetes me dicen que es una burrada, y perdón por lo de burrada, que no fue pensada con espíritu peyorativo hacia el noble animal; no vengan ahora los animalistas y me crucifiquen. Pues eso, al no haber nadie levantado en el albergue y con la intención de no molestar a ningún peregrino, salí del dormitorio sin hacer ningún ruido y sin pararme a desayunar; lo haría por el camino. Ya en la calle, con mochila a la espalda, me comí un plátano y un puñado de cacahuetes.

Salí de la ciudad y tras pasar por varias concentraciones urbanísticas se abrieron a mis ojos una gran extensión de cereales, trigo y avena. Me llamó la atención, en contraste con los cultivos de mi tierra andaluza en esta época del año, el verdor intenso y homogéneo de los trigales. Impresionante.

Así llegué, sin comer nada (salvo el plátano y los cacahuetes), a la fuente de la Reniega. Habría recorrido unos once kilómetros según mi reloj. Era hora de echarle algo al cuerpo. Un buen bocadillo de chorizo con jamón de York y una manzana; y para ayudar a que bajara, agua de la fuente. Me esperaba el alto de la Sierra del Perdón: algo más de dos kilómetros hasta el alto.

Veinticinco minutos duró la parada en la fuente de la Reniega, y de ellos, más de la mitad, sintiéndome nuevamente abrazado por el desasosiego. Es que no me lo explico. No me lo puedo creer. ¿Cómo ha conseguido mi número de teléfono si yo en ningún momento intimé en lo más mínimo con ella?. Es que no me lo explico. Sin venir a cuento, la buena de Aracelis, la dominicana, me contó su vida, cosa que no había hecho el tiempo que anduvimos juntos el camino, llegándome incluso a pedir que la esperara. Si me dices dónde estás, me dijo, cojo ahora un taxi y volvemos a hacer el camino juntos. Sin dejar de ser educado con ella, me negué a acceder a su petición, alegando que necesitaba estar solo. Y era la verdad. Continué la marcha, pero he de reconocer que la mochila comenzó a pesarme más, llegando un momento en el que las correas se me clavaban hasta muy adentro, hasta el alma.

No desfallezcas, Domingo, pensé en muchas ocasiones. Y continué.

El alto del Perdón era el principal escollo que tenía que salvar en el día de hoy, y yo, con la rabia que había inundado mi mente, ascendí los algo más de dos kilómetros como si del patio del colegio se tratase, olvidando que ya no tenia catorce o quince años. Iba tan ofuscado que cuando subí a la cima ni se me pasó por la cabeza el echarme una foto en el sitio donde todos los peregrinos se la echaban a su paso, en la caravana de peregrinos confeccionada por chapa. De hecho, la foto que adjunto de esa caravana de peregrinos está robada de la red.



 Con ese estado de ánimo a cuesta comencé a descender el alto del Perdón entre grandes matorrales de casi cinco metros y frondosas encinas que me recordaban a las de la sierra de Huelva, todo ello siguiendo un camino que por momento se convertía en un lastimoso pedregal. Pero yo a lo mío. con mis dos cargas a cuesta. En solitario. Sin relacionarme con nadie. Y como diría un amigo granadino, "buey solo bien se lame".

Me quedaba poco para llegar a la mitad de mi doble etapa de hoy, a Puente de la Reina, aunque en verdad, por el estado por el que estaba pasando mi mente, no tenía seguro si mis primarias intenciones iban a ser cumplidas. Comenzaba a ver algunos viñedos, visión esta que, dada mis gustos por paladear buenos vinos y acordarme de que en tierras navarras se están consiguiendo algunos muy buenos, me ayudó a abstraerme y olvidar las malas sensaciones que me atosigaron en los últimos kilómetros.

Y por fin llegué a Puente de la Reina. Almorzaremos aquí, pensé, y en la sobremesa decido si quedarme o continuar. Llegué a un bar, casi restaurante, que por el aspecto y el ambiente que tenía me pareció que se tendría que comer bien. Era lo que me apetecía. Pero todas las mesas estaban ocupadas por peregrinos, ya que esta localidad es el punto de confluencia del camino francés con el camino aragonés procedente de Somport.


Cuando procedía ya a marcharme, escucho a mi espalda una voz que reclama mi atención invitándome a compartir mesa. Tuve un momento de dudas, ya que me acordé de mi amigo granadino y de su buey, pero al final accedí a la amable invitación. Este peregrino, de nombre Juan Primor, había pasado la noche en Óbanos, procedente de Monreal, por el camino aragonés, comentándome que su intención era llegar hasta Estella, reconociendo que había salido en el día de hoy bastante tarde. Extremeño es él. 

  •   Se le ve buena gente. Me senté a la mesa cuando él ya estaba en los postres, por lo que nuestra charla duró poco. Pero a pesar de su cortedad, y ya convencido que hoy dormiría en Estella, nos pasamos nuestros números de teléfonos por si pudiese gestionarme mi alojamiento, ya que él llegaría una hora o dos antes que yo, ya que se le veía fuerte y tan solo llevaba cuatro o cinco kilómetros a sus espaldas en el día de hoy. 
  • En verdad no tenía mucha hambre, por lo que me tomé tan solo una sopita de calabacines y un par de pimientos rellenos con bacalao. De postre una manzana y, eso sí, café y un chupito de pacharán. Aaaahhhhh, se me olvidaba, en la comida con un par de copas de tinto de la tierra. Y sin más dilación, al camino, que me esperan las calles de Estella.
  • He de hacer mención del monumental puente sobre el río Arga que le da nombre a la localidad, puente en el que se encontró en el día de ayer, según me comentó el camarero, el cadáver de un peregrino con los testículos seccionados y colocados en su mano izquierda, además de varias puñaladas en el pecho. Solo cuento lo que me comentó el camarero, quien me dijo también que hace unos días apareció otro peregrino en las mismas circunstancias en un pueblo del Pirineos francés. 
  • Y esas dos muertes en las mismas circunstancias fueron las que ocuparon mi cabeza por todo el camino, hasta el punto que me planté en el puente sobre el río Salado sin haberme dado cuenta. Recuerdo que pasé por los restos de una calzada romana pero como si no hubiera pasado, cuando yo normalmente me fijo en esos detalles. Caí en ello cuando me paré a descansar un poco y comerme una barrita energética a orillas del Salado y con los arcos ojivales de su puente al fondo, mientras que sacaba de mi cartera los dos pasquines con la cara del colombiano Aarán Cienfuentes y les prendía fuego, convirtiéndolos en ceniza. ¿Tendría algo que ver este colombiano con los dos asesinatos? Yo por si acaso, pensé, me deshago de todo lo que me pueda legar a él.
  • Prosigo el camino y, desde el mencionado río hasta la siguiente localidad, Lorca, hay un kilómetro más o menos, pero muy exigente. Los kilómetros me van pesando. No creo que vuelva a repetir la burrada que estoy haciendo, y más dos días seguidos. Doble burrada. Y repito que los pollinos siempre me gustaron; así y todo, vuelvo a pedir perdón por si alguien se sintió ofendido.
  • Salgo de Lorca y, tras un breve descenso, nuevamente comienza a picarse el camino hacia arriba; pero dura poco. Observando la cima que estoy ascendiendo, me suena el teléfono y antes de mirar la pantalla pienso en el extremeño Juan Primor; pero no es él; es el mismo número del que me llamó Aracelis. No se lo cojo.Vuelve a sonar a los dos minutos, coronando la cima, y en esta ocasión sí que es Juan Primor, informándome que ya me había hecho la reserva en el albergue municipal. Me da la dirección y me dice que a mi llegada pregunte por Asu, que es la encargada, a la que ya le ha hablado de mí.
  • La llamada de Juan Primor me reconforta, haciendo olvidar la de la dominicana, por lo que me lleno de fuerza y me planto en mi destino final en poco menos de dos horas. Satisfecho, muy satisfecho. Cansado, pero satisfecho. 

  • Tras la ducha, salgo por el pueblo. Impresionante. Un patrimonio artístico digno de su fama: por algo la llaman la Toledo del Norte. Desde la portada de la iglesia del Santo Sepulcro, una joya del gótico navarro, a la puerta de la iglesia de San Miguel, esculpida con estilo románico, pasando por la monumentalidad del convento de Santo Domingo; y no hablemos ya del pórtico de San Pedro de la Rúa con sus arcos lobulados de influencia árabe; impresionante. Sinceramente, localidad esta para quedarse aquí dos o tres días.
  • Pero por hoy ya está bien. Ochenta kilómetros en dos días es pasarse. Prometo no volverlo a repetir; a no ser que el fuego me queme.
  • Hasta mañana.




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