SAN JUAN DE PIE DE PUERTO - RONCESVALLES.
La noche ha superado a las toledanas. Aunque a las diez ya había dado las buenas noches a mi compañera de litera, que era con quien más ligas había hecho, pues la verdad era que la mayoría del resto de peregrinos que ocupaban el albergue no hablaban castellanos (japoneses, alemanes, holandeses, húngaros, por no enumerarlos a todos), a pocos minutos de haber dado la medianoche tuvimos la agradable sorpresa de varios gendarmes.
Las luces del albergue se encendieron, obligándonos a todos los allí presentes a enseñarles nuestra documentación, y digo a todos porque las mujeres fueron excusadas desde un primer momento en tenerla que mostrar. Buscaban a un hombre. Buscaban al colombiano. Buscaban a Aarán Cienfuegos. Los agentes, como es normal, hablaban en francés, por lo que yo no entendía absolutamente nada. Yo, del "ye tem" y del "ne te quitte pas" nunca pasé. Por eso, y por lo que encontraron en mi cartera, los agentes se cebaron un poco más de lo normal conmigo. " Qué fe ce foto dan votr portefeil?" me preguntaba una y otra vez el gendarmen cuando vio que en mi cartera llevaba bien doblados un par de pasquines del tal Aarán. Más de media hora me costó que los agentes se enterasen el porqué se encontraban en mi poder esos pasquines del colombiano, y gracias a que uno de ellos, el último que llegó, había veraneado un par de años en Tarifa y sabía algo de castellano. Eran pasadas las cuatro cuando el albergue volvió a disfrutar de la oscuridad. Y nada se supo del colombiano.
El olor a café recién hecho hizo que a las seis y media me encontrase ya en la cocina, no sin antes, y sin ninguna intención, haber despertado a Grazziela, la argentina compañera de litera. Los dos llegamos al mismo tiempo a la cocina, conociendo a la autora del primer café del día, que tras las presentaciones de rigor supimos que se llamaba Aracelis y era dominicana. Café, tres tostada de pan de molde, un croissant y una manzana. Los tres desayunamos lo mismo, aunque la dominicana repitió café. Nos esperaba un día duro, más de veinticinco kilómetros de duras rampas y, según nos comentó antes de salir un vasco que había hecho varias veces el camino, Cecilio, una más que pronunciada bajada en los últimos momentos de la etapa; pasábamos de los pocos más de ciento cincuenta metros del punto de salida a los cerca de los mil quinientos casi al final, para terminar en Roncesvalles a unos novecientos cincuenta.
Nada más salir del pueblo, donde nos encontramos dos coches de la gendarmería con cuatro agentes, quienes nos examinaron de arriba abajo, sobretodo a los dos hombres, aunque también aprovecharon para hacerle un scanner a la dominicana, que dicho sea de paso, rebosaba belleza y sensualidad, comenzaron los primeros repechos. Terribles. Primeros kilómetros muy exigentes, sin tregua, pero siempre rodeados de verdes praderías, hecho este que ayudaba a relajarnos un poco; pero poco, ya que los tramos donde recuperar el aliento eran escasos e insuficientes. Y Cecilio el vasco arreándonos; y menos mal que venía, porque gracias a sus arreos y a sus comentarios vascos, vascos, nos hizo algo más liviano el caminar. "Cuando terminemos la etapa voy a comprar todo este terreno de repechos y lo voy a aplanar".
Fuertes rampas y pronunciadas curvas de herraduras conformaban el camino, comenzando a encontrarnos con rebaños de ovejas y robustos caballos. Dejemos aquí las mochilas y acerquémonos hasta donde los caballos -me dijo asiéndome del brazo Aracelis. Le hice caso. Y fue interesante, porque sin hablar, solo con onomatopeyas. relinchos y algunas miradas cargadas de palabras, caballo, dominicana y yo mantuvimos un diálogo muy ameno. Fue curioso e intrigante porque cuando Aracelis y yo volvimos a donde dejamos las mochilas, encontramos a Grazziela como con cara de pocos amigos. No supe el porqué.
Proseguimos la marcha. Nadie hablaba, hasta que Cecilio, poco antes de llegar a la talla de la virgen de Biakorri, exclamó en euskera: "isilik dagoneak ez dio gezurrik", a lo que yo, imaginándome más o menos lo que quería decir, exclamé un "¡coño!, ¿y eso qué quiere decir?", contestando él con sonrisa en rostro, "isilik dagoneak ez dio gezurrik", el que está callado no miente", que traducido al andalú significa, contesté yo de inmediato, "que en boca cerrada no entran moscas". Muchas risotadas y muchas miradas.
Muy pronto abandonamos el camino y nos adentramos monte a través, eso sí, siempre siguiendo indicaciones.Verdes praderas y suaves laderas dan paso a un collado que es donde se encuentra la Fuente de Roldán, famoso, y me refiero al oficial de Carlomagno, por lo que todos sabemos. Muy pronto ya, pisamos tierras españolas, tierras navarras; nos queda andar menos de lo andado. Voy bien, pero Aracelis no para de quejarse y de ralentizar nuestra marcha; para Grazziela, no existo; ni una sola mirada. Un tupido bosque de hayas nos anima a acabar con los fuertes repechos, aunque antes de llegar a la cima más alta, nos encontramos con que el camino que llevamos se endurece por convertirse en un verdadero pedregal rompe tobillos; un verdadero infierno. Aracelis no puede más; Grazziela parece que se alegra. De verdad que no entiendo la situación. Por fin llegamos al collado Leopoder; creo que se llama así.
Ya nos queda poco más de cuatro kilómetros, entrando en la disyuntiva de qué opción coger en un cruce de caminos. Yo decido coger el de la derecha, que aunque algo más largo, tiene menos pendiente y discurre por pista asfaltada. Aracelis secunda mi idea. Grazziela, como era de esperar, decide coger por el más corto e inclinado. Me sentí acribillado con la mirada de la argentina. Cecilio, aunque partidario de coger la pista asfaltada, decidió a última hora acompañar a la chica de la Pampa.
La bajada nos ofreció unas vistas espectaculares: verdes intensos y bosques de hayas. Tan idílica era la panorámica que Aracelis leyó mi pensamiento, invitándome a que nos detuviéramos a observarlo. Así lo hicimos. Pero aquel momento duró poco; tuvo que durar poco. No hubiese sido prudente el continuar más tiempo allí.
Y por fin concluimos mi segunda etapa.
Pero si Francia nos despidió con las miradas de los gendarmes, España nos recibía con las preguntas de los guardias civiles.
Solo espero que la luz del albergue pueda dejar de estar encendida a la hora de siempre.
Hasta mañana pues.